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4.11.06

Economía de EE.UU. La virtud de los bajos impuestos

El PIB estadounidense ha vuelto a desacelerarse en el tercer trimestre: creció un 1,6% anual, frente al ya "débil" 2,6% del segundo. Sin embargo, todo apunta a que ya se está recuperando el ritmo en el trimestre en curso. Y aunque el PIB del tercer trimestre sea ya agua pasada, deben destacarse varios rasgos de solidez.
Primero, el consumo no se ha visto afectado por la pérdida de valor de las viviendas: el patrimonio de las familias muestra una robustez envidiable, y se encuentra muy bien equilibrado en solvencia y liquidez. Segundo, las empresas mantienen un envidiable ritmo de adquisición de bienes de capital, pues la inversión empresarial se acelera, especialmente en lo que es ampliación de capacidad. Esto es un inequívoco rasgo de confianza empresarial. No podía ser de otra forma, gracias a la excelente posición financiera de las empresas, y gracias a la acumulación de beneficios. Tercero, el deflactor del PIB –considerado un buen indicio de presión inflacionaria generada internamente– comienza a mostrar una clara moderación: avanza un contenido 1,8% anual, frente al 3,3% del trimestre anterior.
Las amenazas que más pesaban sobre la economía americana –y, por lo tanto, sobre la del resto del mundo– eran la mencionada posibilidad de una crisis inmobiliaria y la subida del precio energético. Ambas podían restar capacidad adquisitiva real; pero el constante aumento de la renta personal y la posterior reducción del precio del petróleo han moderado este efecto, y el consumo se ha mantenido acorde con el optimismo mostrado por el consumidor. Los indicadores más recientes de ventas al por menor y de gasto en bienes de capital invitan al optimismo y sugieren que en 2007 se asistirá a un rebrote de la actividad. Se confirma, pues, la capacidad de ajuste de las unidades microeconómicas a los momentos adversos y a los ventajosos.
Así, la única sombra gravosa es, cómo no, el déficit público, que el año pasado se moderó gracias a una recaudación fiscal sustanciosa que se sospecha difícil de mantener. Los congresistas de ambos partidos (pues allá el Congreso está más que capacitado para ello) se niegan a instrumentar un sistema del control de gasto, y menos en época electoral. Bush tuvo el gran acierto de reducir dos veces los impuestos federales, lo cual ha funcionado muy bien, como predijera Gary Becker: el dinero desviado de su camino hacia la caja pública ha ido a las manos privadas y ha sido bien empleado. Como efecto de segunda ronda, la recaudación ha aumentado más que proporcionalmente. Pero los políticos no quieren ni hablar de controlar el gasto, y medios de opinión solventes les animan a que suban los impuestos. Parecen no darse cuenta de que EE.UU. ha sido, desde mediados de los 80 –es decir, desde Reagan–, una máquina de creciente productividad gracias, en no poca medida, a una presión fiscal muy inferior a la europea. Y, afortunados ellos, no tienen IVA, ese veneno letal que en Europa es la mayor fuente recaudatoria y que en algunos países se lleva el 25% de la renta. ¿Por qué los congresistas no prueban la tentación opuesta? Podrían firmar un pacto para que jamás la presión fiscal pase de ese nivel y que nunca se establezca un IVA; el futuro se lo agradecería, y de paso Europa igual acababa de aprender la lección...