El capitalismo es el camino para acabar con la pobreza (El Nobel de la Paz no se merece a Yunus.)
Durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, tuvo lugar una lucha académica entre dos maneras opuestas de ver la pobreza y el desarrollo económico. La primera, encarnada por Peter Bauer, consideraba la pobreza como el estado natural del hombre, el capitalismo como la herramienta imprescindible para superarla y la ayuda exterior como "un excelente método para transferir dinero de los pobres de los países ricos a los ricos de los países pobres". La segunda, representada por Gunnar Myrdal, buscaba las causas de la pobreza en lugar de las de la riqueza y veía al Estado y a la ayuda de los países ricos como la única escapatoria a un "círculo vicioso" que impedía a las naciones subdesarrolladas salir adelante. Myrdal no sólo ganó el Nobel de Economía sino que ideas como las suyas dominaron y siguen dominando el enfoque mayoritario entre políticos, funcionarios, medios y activistas, pese a que el ejemplo de los "tigres asiáticos" como Hong Kong o Corea del Sur dio la razón –y de qué manera– a Bauer.
Mohammad Yunus, catedrático de Economía, tuvo una idea genial que permitió llevar el capital –y con él al capitalismo– a quienes menos tienen, haciendo en la práctica lo que Bauer predicaba en la teoría. Según cuenta él mismo, todo comenzó con una mujer que fabricaba taburetes y el dinero necesario para que comprara el bambú con el que los elaboraba, una pequeña suma que sacó de su propio bolsillo. Ese fue el inicio de su banco, Grameen, que otorga pequeños créditos sin avales. La forma de asegurarse la devolución del préstamo se ha encontrado por prueba y error, terminando por concluir que lo mejor era concederlo a mujeres y en grupos pequeños en que cada uno se responsabiliza de la devolución de los créditos de las demás integrantes, mejorando así la situación de la mujer en un país musulmán.
En los teletipos de algunas agencias y en algunos telediarios se ha dicho que éste era un premio contra la globalización y el "neoliberalismo", ese hombre de paja inventado por la izquierda para no hablar nunca de las verdaderas ideas liberales. Para su desgracia Yunus tiene muchas ideas, excelentes, que le separan radicalmente de quienes desconfían de la globalización, que no es otra cosa que la extensión del capitalismo a todos los rincones de la tierra. Considera que la ayuda exterior no sirve para ayudar a los pobres, porque genera unas burocracias enormes que "pronto se vuelven corruptas e ineficientes". Su solución consistió en acabar con el paternalismo que se esconde detrás de la generosidad, real o supuesta, de esos inútiles programas y poner en manos de los principales interesados, los pobres, la gestión del dinero.
Para él, superar la pobreza exige devolver la dignidad a los necesitados, mostrando confianza en su honradez y ganas de mejorar su situación y la de su familia. Compara a los pobres con un bonsái: la misma semilla puede germinar y convertirse en un enorme árbol o en uno diminuto si se la encierra en una pequeña maceta. La diferencia está en las condiciones en las que crece: con mucho espacio y posibilidades en los países ricos y con todas las limitaciones posibles en los pobres. Los microcréditos amplían un poco el tamaño de esa pequeña maceta, pero para que los habitantes de las naciones subdesarrolladas salgan de la pobreza hacen falta reformas políticas, que reconozcan y hagan respetar la propiedad privada y eliminen las regulaciones y restricciones que estrangulan su creatividad.
La pregunta que debemos hacernos no es si Mohammad Yunus merece el Nobel sino si un premio que se ha otorgado a cantaflautas como Kofi Annan, Yaser Arafat, Rigoberta Menchú o Jimmy Carter merece tener al banquero de los pobres en su palmarés. La excusa empleada para dárselo, que reducir la pobreza beneficia a la causa de la paz, parece indicar que el comité encargado de otorgarlo sigue sin enterarse de nada; los países más ricos de su tiempo se enzarzaron en las dos peores guerras del siglo XX. La pobreza no es la causa ni de la guerra, ni de la delincuencia; es tan sólo una excusa que emplea la izquierda para disculpar a quienes emplean la violencia. Así que, pese a que seguramente no fuera su intención, celebremos que la concesión de este galardón haya traído a primera plana, por un día, que el capitalismo es el camino para acabar con la pobreza.
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